Entrevista a Paul Verhoeven “ROBOCOP ERA EL JESUS AMERICANO”, por Ricardo Pineda

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El director holandés durante el rodaje de su mítica «Robocop».

La primera inquietud del cineasta Paul Verhoeven sobre el candente caso del ex espía norteamericano Edward Snowden, de si el gobierno venezolano le otorgará asilo político o no, cuando se sienta a conversar con PANORAMA en la terraza de un temático café belga en horas de la mañana. Al momento de la entrevista, seguía atento a las informaciones que sugerían el posible abordaje del prófugo analista de la CIA en el avión presidencial de Nicolás Maduro, tras asistir a una cumbre en Moscú. Luego los avances se centraron en el mandatario boliviano Evo Morales, cuya aeronave permaneció 12 horas varada en Viena, tras la negativa en España para recibirlo. Todo un impasse diplomático.

Verhoeven es un hombre del mundo. Viste chaqueta, jeans y zapatos deportivos. Recuerda visitar Caracas en 1988 cuando presentó Robocop, ultra violento clásico de la ciencia ficción que le abrió las puertas en Hollywood. Habla de otros países que no tienen tratados de extradición, como Cuba o Francia, y se le viene a la mente el sonado caso de su colega Roman Polanski hace unos años, cuando estuvo detenido en Suiza. Sus pensamientos y gestos son como brochazos automáticos cuando busca explicarse perdidamente en el idioma inglés. Vuelve al caso Snowden y anticipa su resguardo en cualquiera que sea la nación que lo reciba, pues se declara liberal y un simpatizante de la izquierda en Latinoamérica. Y pregunta cómo le va a Venezuela tras el fallecimiento del presidente Chávez.

Delicias turcas, Soldado de naranja, El vengador del futuro, Bajos instintos y Showgirls. Estas son también algunas de las famosas (e infames) películas realizadas por Verhoeven, nacido en Ámsterdam un 18 de julio hace 75 años. Fue el invitado de honor en la cuarta edición del festival internacional de cine de Aruba, hace un mes, donde presentó su más reciente trabajo, Tricked (Engañados), obra experimental dividida en dos partes. Primero, un documental que lo muestra al frente de un proyecto donde un nutrido grupo de jóvenes espectadores de su país van dictando el curso de la narrativa tras la culminación de cada escena filmada; y, segundo, el resultado final: una cínica comedia centrada en la desintegración de las relaciones, salpicado con su habitual morbo, tras las mentiras y traiciones de un empresario casado, su amante embarazada y sus socios en el mundo de bienes raíces.

“Siempre miro al cine como una ventura hacia la innovación. Por eso creo no poder repetir lo que otros vienen haciendo desde hace 20 o 15 años. No encuentro originalidad en proyectos que se anuncian cada vez más y más grandes. Décadas atrás existía toda una librería inexplorada de la ciencia ficción, que hoy día ha sido frecuentada o usada a más no poder. Lamentablemente, Hollywood se canibaliza a sí mismo entre tantas películas de superhéroes y efectos especiales. Mientras la audiencia no se canse de ver una Rápidos y furiosos 6, por ejemplo, que ha sumado grandes cantidades de dinero, la tendencia no va a parar. Sin embargo, la decadencia está a la vista”, expuso el veterano realizador.

Paul Verhoeven

Verhoeven durante la entrevista en Aruba.

—¿Qué lo lleva a seguir mostrando su proceso creativo detrás de cámaras?

—Interés, porque rara vez un director se expone a contar qué salió bien o en qué se equivocó. Cuando hago los comentarios de mis películas en DVD trato de integrar esas cosas porque creo que el público tal vez no lo aprecia, al menos de manera decisiva. Viéndolo en perspectiva, el camino siempre es incierto y uno toma decisiones que pueden ser equivocadas. Todos lo hacemos. Espero que eso no sea el caso de un neurocirujano (risas). Lo que quiero decir es que es importante que la gente realice que los errores son normales. No se trata de tener miedo a equivocarse o no.

—El portal IMDb.com afirma que usted no quedó del todo satisfecho con el resultado.

—Lo que quise decir fue que Tricked no podía llamarse un experimento completamente exitoso. La idea de que un grupo de personas la escribiera y yo lo filmara en secuencia simplemente no era viable. La intervención mía y la del guionista Robert  Alberdingk Thijm era absolutamente necesaria. Si no la trama escalaba al borde de lo imposible, con matanzas y apuñalamientos entre los personajes; se dirigía por una dirección mientras nosotros la revertíamos y cambiábamos el curso. El set up no funcionó. No recomendaría a nadie entrar a un proyecto que no esté definido de principio a fin, porque entonces ya no se trataría de hacer una película, sino una serie de anécdotas que no encajan bien. De tener mayor presupuesto, en medio de ese proceso, habría optado por reestructurarla en un filme de dos horas, porque la trama y los personajes me terminaron gustando.

—¿Sigue aferrado a las estructuras o formas tradicionales del cine?

—Los aspectos de las matemáticas son súper estructurales, como la construcción de una enorme belleza. Eso me ayudó a ver la vida de una manera diferente y, por supuesto, trasladarlo al cine que hago. Pasé siete años estudiando matemáticas y física en la universidad de Leiden, en los años sesenta, cuando fui reclutado por el ejército holandés. Por dicha especialidad, mi primera asignación fue en Alemania, calculando la distancia de los cohetes para ser lanzados a Rusia. Pero me pareció aburrido. Entonces pedí traslado al departamento cinematográfico de la naval, con equipos y técnicos profesionales. Estuve asignado a Curazao y Aruba, que forman parte de las Antillas holandesas, realizando documentales sobre la marina. No sé si evado las corrientes tradicionales de una profesión, pero todo esto (mi carrera) fue algo inesperado.

Paul Verhoeven y Delicias turcas—Delicias turcas lo dio a conocer. ¿Qué recuerdos le trae?

—Muchos desnudos, eso es lo que más recuerdo (risas). La filmamos en 1972. Aún pienso que es icónica. Está basada en un libro muy famoso en Holanda, sobre el escultor Eric Vonk y su erótica relación con una hermosa joven. Compramos los derechos y cuando se estrenó nos acusaron de vulgares. No me interesa mostrar la desnudez de una mujer meramente sentada o caminando en la playa sin que exista cierta pasión o sensualidad frente a la cámara. Esa es mi fascinación.

—¿Su visión de la sociedad?

—Sin duda, tengo una retorcida manera de ver las cosas. En mis películas estoy tratando de crear un mundo. El cine debería ser un pequeño mundo por sí solo. Eso lo demostró muy bien Alfred Hitchcock en cada una de sus películas. Mi favorita es Vértigo, que fue muy distinta a la siguiente: Intriga internacional, estructuralmente hablando. Una era profunda mientras la otra más ligera, pero las estructuras sociales estaban intactas. No importa que sea en un burdel en Marte como en Total Recall o la casa de la familia adinerada en Tricked, quiero que haya un mundo consistente en mis películas.

—Mencionó a Hitchcock, quien tenía una fijación con sus musas. ¿Cómo logra usted desnudar a sus actrices y que aparezcan simulando sexo?

—Hablando. Es algo que no se puede discutir al momento de rodar la escena, sino meses antes de comenzar la producción. Realizo storyboards y se las enseño y digo cómo quiero que se vea el ángulo corporal, si voy a mostrar el seno o enfocar el pezón en diferentes planos, con qué tipo de cámara y lente. Ese tipo de cosas. En Bajos instintos la escena sexual entre Michael Douglas y Sharon Stone tomó tres días. Estamos hablando de tenerlos desnudos por esa cantidad de tiempo. Todo se discutió. Al principio ambos estaban un poco renuentes, como cuando Michael tenía que poner su cara en las entrepiernas de Sharon. Ellos me miraban y decían: ¿En verdad tenemos que hacer eso? Pero todo se logró conversando. De hecho, se habló de tener a los técnicos detrás de cámaras completamente desnudos, pero cuando llegó el día ambos se quitaron las batas para comenzar el rodaje. Hay que añadir que todos los movimientos estaban coreografiados, así que los actores se sentían completamente seguros. Creo que la mejor manera de hacer ese tipo de escenas es entrar al set con mente abierta, siendo lo más honesto posible y sin tratar de engañarlos o ponerlos en una situación inesperada que resulte embarazosa o incómoda. Todo eso se debe evitar.

Bajos instintos—¿Qué lo llevó a dirigir Bajos instintos?

—Me pareció un buen thriller. El guión estaba listo, cosa que es muy inusual en Hollywood. Carolco Pictures tenía el dinero para invertir en ella y con ello pudimos cerrar las negociaciones y arrancar el proyecto en tres semanas. No hubo contratiempos en cuanto a reescrituras o cambios substanciales. Soy fanático de Hitchcock y pienso que muchas de sus películas están cargadas de sexualidad, pero el estudio Universal y las restricciones morales de su época nunca le dieron libertad absoluta para empujar el límite. Su nombre o marca habrían sufrido. Pienso que él hubiera dirigido Bajos instintos de la misma manera, con alto contenido erótico.

—¿Acredita el convertir a Sharon Stone en una estrella de cine?

—Fue extremadamente difícil convencer al estudio TriStar, Carolco y al mismo Michael Douglas que ella era la indicada. Ya habíamos colaborado juntos en Total Recall. Pero querían a una gran estrella en ese papel, como Michelle Pfeiffer o Kim Basinger. Michael, en particular, quería compartir la inevitable carga de criticismo sobre las escandalosas escenas de sexo con alguien tan reconocido como él. El proyecto de por sí era audaz y provocativo, pero estas actrices de categoría se negaban a hacer los desnudos de la manera que yo quería. Meses y meses después en pleno  casting, cuando no quedaba ninguna otra actriz, fue que finalmente se dieron por vencido. Michael retaba a Sharon constantemente en el set para sacar lo mejor de ella, tanto así que a la final muchos se centraron en el trabajo de Sharon y se olvidaron del gran esfuerzo actoral que hizo Michael. Fue excelente trabajar con él. Cuando me ofrecieron dirigir la secuela dije que sí, con la condición de que encontráramos a un actor de su talla. Alguien tenía que contrarrestar al personaje femenino en pantalla, no al revés. Pero a Sharon ya le habían pagado 12 millones de dólares por retomar el papel y los productores no podían darse el lujo de contratar a una contraparte masculina de lujo, como George Clooney. Les dije que era un error. Bajos instintos no fue enteramente sobre Sharon Stone. No me escucharon, eligieron a un intento de clon de Michael y para ese entonces me distancié del proyecto y ya saben cuál fue el resultado. Fue una mierda (risas).

—¿Realiza ensayos antes de filmar una escena?

—No. Los considero muy peligrosos porque a veces obtienes un fantástico ensayo y luego tres semanas después los actores tratan de repetir lo que hicieron y ya no sale tan espontáneo o natural. La aventura inicial o magia desaparece. Puedes hablar de algunas escenas y tratar de recrear un historial. La única vez donde hice una excepción fue en la escena de semi violación de Michael Douglas con la actriz Jeanne Tripplehorn en Bajos instintos, que era muy delicada. Debíamos coreografiarla bien al punto de plasmar la sicología del detective en ese momento.

—¿Cuál es su posición en cuanto a la censura en Hollywood?

—Es una doble moral cuando te piden que bajes el tono de la violencia, cuando el póster de las películas de acción muestra al protagonista sosteniendo un arma de fuego. Eso te dice mucho de los Estados Unidos. Todavía no he revisitado Total Recall, más descarnada de lo que finalmente se vio en pantalla. En cuanto al sexo, había dos escenas de violación en el guión de El hombre invisible, pero el estudio solo me dejó mostrar la que ya todos conocen. Al menos con Robocop pude reinsertar en DVD secuencias que acentuaban la sangre, porque de lo contrario no hubiéramos recibido la clasificación R (mayores de 17 años) en 1987.

—¿Se considera una persona religiosa?

—Una vez tuve una experiencia religiosa. Mi esposa y yo éramos muy jóvenes y nada sucedía para que yo surgiera como cineasta. Salimos embarazados y eso iba a dificultar el trayecto que estaba ambicionando. En la angustia de no tener dinero pasé a formar parte de una comunidad pentecostal por tres semanas. En verdad sentí que el Espíritu Santo descendía sobre nosotros. Pero todo cambió cuando por coincidencia se nos presentó la opción de conseguir un aborto, lo cual estaba prohibido en esa época. Ese fue el fin de mi vida religiosa. La realidad es quizás más poderosa que la religión. Soy agnóstico. No soy cristiano ni fui bautizado, pero veo a Jesucristo como un hombre normal. En el libro que escribí sobre él, que aún no he llevado a la gran pantalla, lo comparo con el “Che” Guevara. Fue alguien religioso, sin duda, pero también un poeta y extremadamente talentoso para acercarse a las masas. Creo que ante todo fue un revolucionario, que desafió los interese del imperio romano. Pudo ser visto como un terrorista de la época. Su crucifixión fue símbolo de ello.

—¿Ha encontrado dificultades para hacer esa película?

—Debo cuidarme de hacerla y donde hacerla, porque se concentra más en lo humano que en lo divino. Quienes sean creyentes u ortodoxos la encontraran muy difícil de aceptar. De hecho, Mel Brooks me iba ayudar a producirla, pero inmediatamente comenzó a recibir amenazas de muerte e insultos antisemíticos por correo hasta que desistió de la idea.

—¿No le tienta regresar a la ciencia ficción?

—¿Sabes? No soy muy conocedor de los efectos especiales. Tampoco considero la ciencia ficción como mi género favorito. Leí el guión de Robocop y lo arrojé a la basura cuando iba por la tercera página. El título original era “El futuro de la fuerza policial”, pero no mi interés era por otro tipo de historias, más personales. Fue mi esposa, Martine, quien me convenció hacerla. Lo leyó y me dijo que había suficientes elementos para proyectar mi estilo. No fue una producción muy costosa, apenas se hizo por 13 millones de dólares. Filmamos en locaciones reales, ya que no pude recrear una visión fantástica de Detroit, estilo Blade Runner, con enormes rascacielos y luces de neón. Jon Davidson, el productor, me dio a escoger: invertir en el traje de Robocop o en la escenografía. Si la película fracasaba, que era mi mayor temor en un país y lenguaje foráneo, entonces nos regresaríamos. Pero no fue así. Todo se convirtió muy fácil para mí. Hicimos un éxito de taquilla tras otro… hasta que llegó Showgirls.

Paul Verhoeven y Showgirls—¿Le decepcionó Showgirls?

Bueno, no hizo que mi carrera fuera más fácil. Despertó mucha irritabilidad por el nivel de desnudos, sexualidad y mal gusto. Los estudios consideraron que no era la manera de hacer buen cine. Se hizo difícil hacer una película “normal” después de esa. La percepción de Hollywood sobre mí como director cambió. El guionista Joe Eszterhas se lavó las manos y me culpó del producto final. Ya no nos hablamos. Pero no me tomé esa experiencia como algo malo. Arrepentirse es inútil. No puedo regresar al pasado y cambiar algo de mí, porque en ese momento creía en lo que hacía sin mayor peligro. Es la película que puedo volver a ver con facilidad, cosa que no me sucede con Bajos instintos, por ejemplo. Honestamente, considero que está elegantemente filmada.

—¿Cómo sobrellevó ese fracaso?

—Haciendo otra película, en ese caso Starship Troopers, donde recopilé toda la propaganda militar de la Segunda Guerra Mundial llevándola a un relato fantástico, como lo es batallar insectos gigantes en el espacio exterior. Cuando entras a un nuevo proyecto te olvidas de todo lo demás. Y eso fue lo que hice. Seguir adelante. Automáticamente te liberas de todo ese negativismo. Si te detienes a pensar qué hiciste mal, te destruyes a ti mismo.

—¿Qué opinión le merecen los remakes de sus propias películas?

—La nueva Total Recall me decepcionó enormemente. Le quitaron todos los elementos divertidos para hacerla ver más seria, unidimensional y hasta aburrida. Empujaron la acción con más y más acción. Ya no podías sentir la locura que encerraba la trama, como cuando me tocó hacerla a mí. Todavía no he visto Robocop, pero al menos el director brasileño José Padilha (Tropa de élite) luce como una opción interesante. Eso sí, leí el guión de ese proyecto hace unos años y no sé si lo han cambiado, pero también le quitaron todo el elemento de humor, lo cual considero un error.

—¿Su mayor contribución a ese clásico del género?

—Las ideas detrás de estas películas son tontas, si lo consideras en cierta forma, pero si no te puedes reír mientras las ves entonces, ¿de qué vale? La secuencia donde ED-209 acribilla a un ejecutivo pienso que fue exagerada pero la balanceamos con un toque de humor, cuando se refieren al accidente como un “error técnico”. Ese tipo de cosas evitan que no llegues al grado de repulsión.

—¿Tiene su propia visión del personaje?

—Para mí, Robocop era el Jesús americano. Su muerte fue filmada como una especie de crucifixión, con balas en vez de clavos. Luego resucita mitad computadora. Más adelante, cuando regresa a su casa abandonada le vienen los recuerdos, pues esa es su búsqueda por el edén perdido. En la escena final, en la fábrica abandonada, cuando se dispone a matar al villano principal en un charco, pareciera que está caminando sobre agua. Todo eso lo incorporé.

—¿Disfruta los blockbusters de hoy?

—Creo que no están hechos para mí, al menos lo digo como un miembro de la audiencia. No estoy interesado en historias de superhéroes, sino en algo más global. Pienso que las películas actuales en Hollywood están “over the top” (exageradas). Además, ya hice ese tipo de películas. El colmo es que les están sacando secuelas o volviéndolas a hacer. A Starship Troopers también le harán un remake. No tengo nada que ver con ellas. Pero igualmente voy al cine. Recientemente vi Hombre de acero y la de los zombis (Guerra Mundial Z).

—No parece muy contento con la industria.

—Nunca fui el iniciador de los proyectos que asumí en Hollywood, donde predomina mucho lo fantástico. Cuando comencé mi carrera en Holanda, me encargué de contar historias sobre personas. Fue un enorme salto para mí, una diferente categoría. América, desde mi punto de vista, representaba el cómic. Asociaba los proyectos que hacía a las historietas que leía cuando era niño. De ahí mi fascinación por hacer cine fantástico, una forma de protegerme en medio de una cultura que no entendía. En 2002 me aburrí de seguir haciendo lo mismo, por lo que decidí regresar a Europa y retomar historias más personales.

Paul Verhoeven y Black Book—¿Fue así como surgió El libro negro?

—Así es. Abarqué el período de los nazis. La protagonista, que es judía, se hace pasar por alemana para acostarse con un oficial de la SS que la puede ayudar a rescatar a su hijo, tras el exterminio de su familia durante el holocausto. Pero el hombre, a pesar del uniforme, no es malvado, lo cual rompe con la imagen generalizada de los alemanes durante esa época. Muchos no aceptaron esa ideología. Una de las escenas más memorables es cuando le lanzan un tobo lleno de excremento a la protagonista. Todos esos eventos que ahí mostramos, incluyendo el final, pasaron en la vida real. En Hollywood pudieron aceptar la misma premisa de Peligro, lujuria de Ang Lee, sobre la resistencia japonesa, pero no en una película donde hubiera nazis. No todos los nazis eran villanos. Me niego a aceptar esa idea.

—¿Algún proyecto que pasó por alto?

—Me propusieron dirigir El silencio de los inocentes. Decliné porque era tan oscura que pensé que nadie la querría ver (risas). Por supuesto, estaba completamente equivocado. Sin embargo, Jonathan Demme hizo un gran trabajo y temo que no hubiera quedado tan buena si yo hubiera aceptado en primer lugar. Como dije antes, no me arrepiento de nada, pero vi el material desde una perspectiva incorrecta. Luego de Total Recall, Arnold Schwarzenegger y yo teníamos intenciones de hacer Cruzadas, pero el proyecto de corte medieval nunca despegó. Carolco Pictures decidió irse por la costosísima La pirata, de Renny Harlin (con su entonces esposa Geena Davis), y perdieron millones hasta quedar en bancarrota. Debieron darme ese dinero a mí, nuestro proyecto habría deparado en un gran éxito de taquilla (risas). Luego cambiaron el guión y Ridley Scott la llevó a cabo bajo el título El reino de los cielos. Mi versión habría sido brutal, pero a la vez con mucho toque de humor.

—¿Le gustaría quedar reivindicado antes del retiro?

—No me he dado por vencido en los Estados Unidos. Todavía resido en Los Ángeles. Actualmente preparo la adaptación de la novela holandesa La fuerza escondida, publicada en 1900 y dos películas que siguen las líneas del género film noir (cine negro). Por primera vez serán los proyectos que quiero asumir, porque las películas por las que soy famoso no eran mías, sino las que otros querían hacer. Financieramente ya estaban aprobadas. Solo subí a bordo cuando el protagonista, los efectos especiales y hasta la cantidad de extras estaban seleccionados y el guión aprobado por el estudio. Sin embargo, jamás diré que esas películas no reflejan mis intereses como director. Siempre puedes tomar algo que no es tuyo y proyectarse uno mismo.

—¿Y cómo se proyecta usted en esas películas?

—Con mucho sexo (risas).

Acerca de Alfonso Molina

Alfonso Molina. Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores. Ver todo mi perfil
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