Los venezolanos estamos viendo y, más que nada, padeciendo lo que significa colocar la economía en manos de personas fanatizadas, tapadas por el velo del dogmatismo ideológico comunista. Del comunismo mecanicista, dirían los consecuentes seguidores del viejo Carlos Marx, pues supuestamente existe un marxismo no ortodoxo, antidogmático, capaz de sincronizarse con los cambios de la realidad objetiva.
El fanatismo, generalmente asociado a una profunda ignorancia, concibe la economía como un gran mecano cuyas piezas pueden disponerse según la voluntad de quien lo arma. Ese inmenso dispositivo puede estar en manos de unos desalmados capitalistas, y entonces funcionará para esquilmar a los trabajadores y empobrecer a todo aquel que caiga bajos sus garras. El pecado original de ese modelo se encuentra en la propiedad privada. Por esa razón los comunistas ven explotación, especulación, tiranía del capital y lucha de clases por todos lados. Pero, así como existe este lado negativo, la economía, dado que es una objeto moldeable, también puede ser gobernada por unas almas piadosas, preocupadas por el ser humano, decididas a situar al hombre (y a la mujer, siempre agregan) en el centro de sus objetivos y preocupaciones. Para realizar este giro basta con eliminar la propiedad privada y estatizar y colectivizar todo lo que sea posible.
En gran medida estos devaneos, mezcla de delirio y arrogancia, nos han metido en el inmenso brete económico que sufrimos (otra causa se encuentra en la ruina que nos ha dejado el financiamiento internacional del proyecto chavista, pero esta es harina de otro costal). El teniente coronel juró hace años, y lo repitió en enero pasado cuando devaluó el bolívar, que el control de cambio y de precios se mantendrían porque él, encarnación de los intereses del pueblo oprimido, no permitiría que unos pocos capitalistas malvados chuparan la sangre del pueblo. En sus discursos encendidos repite que las expropiaciones, en realidad confiscaciones, se mantendrán, y que con furia implacable perseguirá a los usureros y especuladores. Si la Historia es la historia de la lucha de clases y la lucha contra la explotación, nada mejor que perseguir, sancionar y reprimir a los “explotadores”.
Inspirado por este rapto justiciero, metió presos a unos modestos carniceros, amenazó por enésima vez a Lorenzo Mendoza, expropió —contra viento y marea— los terrenos de la Polar en Barquisimeto, invadió la productiva finca de Diego Arria y la emprendió contra las casas de bolsas (muchas creadas durante los últimos once años por sus allegados). Es cierto que al mismo tiempo que comete estos desafueros, se congracia con las transnacionales privadas del petróleo. Pero, esta señal no busca enviarles un mensaje de confianza a los inversionistas nacionales e internacionales, sino solo evidenciar que necesita millones de dólares para explotar el potencial petrolero represado en la faja del Orinoco, y que sin esos verdes el hidrocarburo dormirá por siempre el sueño de los justos.
Luego de años de aplicar políticas intervencionistas y dogmáticas, en vez de promover el desarrollo del ser humano lo que ha logrado es empobrecer el país y destruir el aparato productivo. No entiende, o no quiere hacerlo, que la economía no puede manejarse desde Miraflores, ni desde el despacho de unos ministros incapaces de distinguir entre un aguacate y una patilla, o entre una salsa de tomate y un litro de aceite comestible. No pueden dirigirla funcionarios sin arraigo ni compromiso con ningún sector productivo específico. El único requisito que les exige a esos funcionarios es la lealtad absoluta al comandante y al proyecto revolucionario. Así no puede instaurarse una economía eficiente. Los resultados de sus desaciertos son tan pavorosos que ni el propio gobierno, experto en maquillar y opacar las cifras, puede ocultarlos: inflación galopante en muchísimo rubros, de los cuales hay que destacar alimentos, repuestos y maquinarias; escasez de comida, incremento de la informalidad, retroceso de la inversión, caída en la productividad.
El comandante, a pesar de todos los indicadores y de todas las comparaciones que pueden hacerse, no vira su posición. El dogmatismo se lo tragó. Optó por preservar el poder a partir de un esquema autoritario fidelista. Su última decisión, reformar la Ley de Ilícitos Cambiarios para aumentar los rasgos punitivos de su modelo financiero, controlar aún más la casas de bolsa y mantener el dólar permuta entre 5 y 7 bolívares, a lo mejor le permite sortear la crisis por unos días. Pero, la fiebre no está en la cobija. La economía no se controla a capricho con medidas represivas, ni la especulación se combate con un fusil en la mano.
La economía de mercado —con la propiedad privada al frente— es como el curso del agua, siempre reclama su territorio. Chávez quiere negar la Ley de la Gravedad, pero cada vez que lanza una medida descocada al aire, ésta se devuelve estrellándose contra el piso. La fuerza gravitatoria no puede eliminarse por decreto. Lamentablemente, de su ceguera fanática estamos siendo víctimas todos.
trino.marquez@gmail.com
Que siga con su ceguera, esto lo llevará a caerse por su propio peso, alli actuara irremediablemente la ley de la gravedad!
La economía fanatizada es el producto de años de irresponsabilidad. Pero todo tiene su final. Tendremos que reconstruir el país. Adelante.